Puesta de sol en la playa

Sábado, 8 de la tarde. Estoy en la playa, sola. El día ha sido muy caluroso, los últimos días demasiado agitados y necesito un momento de relajación.
La playa está prácticamente desierta. El sol empieza a caer y el agua está tranquila. Primero decido disfrutar de la playa, paseando, sintiendo el agua fría acariciandome los pies. Pero el mar me llama y me dejo convencer.
Ya no hay nadie en el agua, y sólo somos el mar y yo.
Me hundo, y me dejo llevar por el silencio del fondo. Cuando vuelvo a la superficie, el agua me mece, acaba de pasar un barco y unas pequeñas olas han aparecido de repente. El sol calienta lo suficiente para estar flotando, disfrutando con los ojos cerrados de la tranquilidad, del silencio y de la soledad. Un tranquilidad tan solo perturbada por algunas olas, un silencio que sólo rompe mi respiración y una soledad que, por buscada, es la mejor que puede haber.
Hace algunos años que aprendí a ir sola a la playa, sobre todo al atardecer, y las sensaciones son únicas. Me gusta esa sensación de estar sola en el mundo. Eso no quiere decir que no me guste ir con más gente, al contrario, me encanta, pero es tan diferente… la comunión cuerpo-mente-naturaleza que consigo en estas puestas de sol desaparece, y se disfruta al máximo de la compañía.

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