Recuerdos de una vida. Vivir de la música

Estos días hará cuatro años de la muerte de mi padre, y hasta sus últimos días su vida giró en torno a la música.

Algunos de sus primeros recuerdos se relacionaban con sus visitas a los pueblos vecinos con la banda de música. Su padre tocaba en la banda y él, de pequeñito, les acompañaba. Ahí empezó su vinculación con la música. Vinculación que siguió cuando emigraron a Mallorca.

Mi padre siempre me contaba que mi abuelo, republicano y anticlerical, consiguió que el cura de la parroquia le enseñara música y a tocar el violín, incluso consiguió que le dejaran uno. Y resultó que mi padre tenía aptitudes para la música, era capaz de identificar las notas a la primera, tenía algo parecido al oído absoluto. Una anécdota que siempre relataba era cómo hacía los exámenes de música en el Frente de Juventudes (mi padre nació en el 35, así que se crio en plena postguerra): se ponía el último y escuchaba lo que les pedían al resto, así que recordaba las notas y cuando le tocaba a él las reconocía. Y es que la facilidad para la música era directamente proporcional a las pocas ganas de estudiar.

Otra anécdota que siempre recordaba era cuando cantó La Sibil·la una navidad en la iglesia. Aunque es un personaje femenino, tradicionalmente la cantaban voces blancas, niños a los que todavía no les había cambiado la voz. Con una sonrisa en la boca nos decía que su abuela que puso a gritar «ese es mi nieto» en medio de la actuación.

Pero la relación con la música no quedó ahí. Aprendió también a tocar la batería y de adolescente ya trabajaba en orquestas por los pueblos de Mallorca (en una de esas verbenas conoció a mi madre), cosa que siguió haciendo hasta casi los 70 años. Y cosa que compatibilizó con cuatro años de servicio militar obligatorio en la banda de música de infantería de marina, donde aprendió a tocar el trombón de varas.

En la época del boom del turismo en Mallorca, mi padre tocó en big bands y orquestas más pequeñas, tanto en hoteles como en las mejores salas de fiestas de la isla. Tocaban solos y acompañando a grandes artistas que venían a actuar aquí.

Con la música conoció mundo. Durante un tiempo, ya casado, hacían temporada de verano en Mallorca, temporada de invierno en Gran Canaria. Y de mayor, tocando en un grupo de música tradicional mallorquina visitó Francia, Alemania, República Checa e incluso Rusia.

Durante años estuvo tanto en el grupo de música mallorquina, Sis Som, con actuaciones en hoteles con orquestas. Con Sis Som recuperaron música e instrumentos ya olvidados de la cultura tradicional de la isla. Iban por los pueblos, representaban Mallorca por la península y en Europa, y además iban por los colegios enseñando música. Era su trabajo y lo disfrutaba.

Llegó un momento que la música no dio para vivir y lo tuvo que combinar con otros trabajos. Pero nunca lo dejó del todo. Y cuando ya no pudo trabajar como músico, seguía tocando en casa, para mi madre y para nosotras.

Me transmitió su amor por la música, y aunque por desgracia no he heredado su oído ni su voz, sí disfruto de toda la música, y de los vinilos que compró durante toda su vida.

Recuerdos de una vida: Mi bisabuelo fue marino mercante

Cuando tu madre es mayor y sufre demencia, intentas que se entretenga con una cosa o con otra. el otro día tocó mirar fotos antiguas (que darán para más de una entrada del blog). Tras ver algunas fotos de su madre y sus tías en plan felices años 20, había una foto pequeña de su abuela. Le pregunté por su abuelo materno, y me contó que era marino.

«Marino de pescar o marino mercante?» le pregunté.

«No, no, marino mercante» respondió ella

Yo recordé entonces haber oído alguna vez a mi abuela contar que su padre había sido marino mercante y que estaba largas temporadas fuera de casa. Podéis imaginar lo que debía ser trabajar en en barco a principios del siglo XX? Porque mi abuela nació en 1909 y era la pequeña de no sé cuantos hermanos.

Grandes barcos a vapor, cargados de mercancías hacia las américas. Meses y meses fuera de casa. Cómo debían ser las condiciones de trabajo de un marino de esa época. Porque no creo que fuera capitán, ni almirante, si no un marino raso. Debía cuidarse de las calderas? o de limpiar la cubierta como se ve en las películas de época.

Es curioso que nadie de la familia de mi abuela haya seguido con la profesión del patriarca. O quizás no. Quizás vieron que no era un trabajo cómodo, que tenían que estar lejos de la familia durante mucho tiempo,… o quizás coincidió que cuando fueron lo suficientemente mayores cambiaron als cosas en España: una república, una guerra, una dictadura…

Me quedaré con las dudas, porque la memoria de mi madre es la que es, y mi abuela hace más de 20 años que murió. Me quedaré con las dudas, pero en mi imaginación estará mi bisabuelo marino mercante con su gorra y su pipa, cual capitán Ahab de provincias

Recuerdos de una vida: el emigrante

Mi padre siempre contaba la aventura que fue para él venir a Mallorca cuando era un niño. Lo explicaba todavía con una sonrisa en la boca. Y es que emigrar cuando eres un niño no debe ser lo mismo que hacerlo cuando eres adulto.

Mis abuelos paternos vivían en Génave, un pequeño pueblo en la Sierra del Segura, provincia de Jaen. Mi abuelo era zapatero y mi abuela no trabajaba. Después de la guerra civil las cosas se pusieron muy difíciles en el pueblo y prácticamente todos sus habitantes, mis abuelos y mi padre incluidos, decidieron emigrar a Mallorca

Los recuerdos de mi padre son los de un niño de unos 8 años. Siempre contaba que «parecían gitanos», haciendo referencia a los titiriteros de las películas antiguas que viajaban en caravanas con toda su vida a cuestas. Que nunca había cogido un tren, y que antes de entrar ellos en el vagón, tiraron dentro todos los bultos. Recordaba riendo cuando vio el mar por primera vez, y uno de los que viajaban con ellos soltó un «Ostia, que alberca más grande». Y recordaba que los primeros meses vivieron en casa de un tío suyo hasta que pudieron conseguir alojamiento.

Eran los años de la postguerra. Sí que había más trabajo en Mallorca que en Jaén, pero eso no quiere decir que nadaran en la abundancia. Sus recuerdos continuaban con las compras en el mercado, yendo con su madre, y regateando los precios, o comprando fruta y verdura que ya empezaba a estar pocha porque el precio era menor. Recordaba perfectamente la olla de boniatos que había perpetuamente en el fuego y que hizo que los odiara a muerte. Sus idas al campo con su padre a recoger toda hierba y frutos comestibles.

La vida de un emigrante en la postguerra no era fácil, pero cuando el que lo cuenta era un niño, sus recuerdos dejan atrás las penalidades, o simplemente las recuerda como una anécdota más en el camino

Recuerdos de una vida: mi abuelo fue a la guerra

Hoy hemos encontrado una caja llena de papeles en el armario de mi madre. De vez en cuando pasa, y estos encuentros a veces nos permiten recordar a mi abuelo.

En este caso han aparecido los papeles de cuando mandaron a mi abuelo a la guerra. Mallorca era del bando nacional, y cuando te llamaban a filas, o les hacías caso o tu vida y la de los tuyos corría peligro.

Así que mi abuelo se encontró, son comerlo ni beberlo, yendo a combatir a la guerra civil española

Seguro que como mi abuelo, muchos hombres más fueron enviados al frente de combate. Estaban en la reserva, viviendo tranquilamente, con sus familias, trabajando, disfrutando de la vida (o no) hasta que una serie de personas decidieron que los problemas no se podían solucionar hablando y que era mejor liarse a tiros

Le tocó la novena compañía del segundo batallón del regimiento de infantería de San Marcial, y junto con ellos tuvo que pelear en dos grandes batallas. En una incluso parece que les dieron una medalla.

Pero lo importante es que consiguió volver vivo a casa. Qué más da donde batallara, en qué bando lo hiciera o si estaba de acuerdo o no con lo que hicieron (que os puedo asegurar que no lo estaba). Nadie tendría que pasar por eso. Nadie tendría que tener que ir al frente a pelearse porque cuatro mandamases no quieran dar su brazo a torcer, y no sean capaces de hablar y dialogar como personas.

 

Recuerdos de una vida: El hambre después de la guerra

Esta tarde mi madre ha comprado boniatos y los hechos hecho al horno. El hacerlos y comerlos nos ha recordado a mi padre y que los odiaba a muerte. La razón? muchos días era lo único que había en su casa cuando era niño.

Contaba que siempre había una olla con boniatos en el fuego en la chimenea, y si alguien se quejaba de hambre, mi abuela los señalaba. Las cosas no eran fáciles en los años 40.

También recuerdo que nos contaba que iba con mi abuelo al campo a coger hierbas, raíces, frutas y todo lo que fuera comestible. Que mi abuela compraba en el mercado las naranjas más feas porque eran más baratas, y mi abuelo consintió que sus hijos pequeños fueran con el grupo de falangistas porque los llevaban de excursión y les daban de comer.

En la familia de mi madre las cosas iban un poco mejor, pero tampoco estaban muy boyantes. Recuerda los viajes en tren de mi abuela para conseguir comida de estraperlo. Como iban en combinación con otras mujeres y tiraban los sacos de comida antes de llegar a la estación para que los guardias no les pillaran. Y miles de veces ha contado que el pan que tenían era el que les daban con la cartilla de racionamiento, un pan oscuro y duro. El pan blanco solo era para ricos. Como se «engañaban» poniendo aceite y pimentón y diciendo que era sobrasada.

Como he dicho, eran tiempos duros que dejaron huellas en la memoria de todos los que los vivieron.